domingo, mayo 12, 2024

Anuncios insólitos.

 





Hoy la Ascensión.

 


La Ascensión del Señor al cielo

Este domingo celebramos esta fiesta en la que conmemoramos la ascensión de Jesucristo al cielo en presencia de sus discípulos tras anunciarles que les enviaría el Espíritu Santo.

1. Homilía de san Josemaría: La Ascensión del Señor a los cielos (audio y texto).

2. Dentro del Evangelio: San Josemaría comenta la Ascensión del Señor (audio y texto).

3. Comentario al Evangelio y meditación sobre esta solemnidad.


Otros textos para leer y meditar sobre la Ascensión del Señor

1. El Papa Francisco explica la Ascensión de Jesús al Cielo.

2. ¿Quieres conocer el lugar de la Ascensión? Descarga el capítulo en PDF

La tradición sitúa la Ascensión en la cima del monte de los Olivos, en el camino hacia Betfagé (capítulo de Huellas de nuestra fe: un viaje por Tierra Santa).

El lugar de la Ascensión del Señor
El lugar de la Ascensión del Señor

3. Pascua: He resucitado y aún estoy contigo. Explicación de la fiesta.

4. Vida de María (XVII): Resurrección y Ascensión del Señor. Los evangelios no incluyen a la Virgen en el grupo de mujeres que el domingo fueron a lavar el cuerpo del Señor. Su ausencia abre la esperanza en la victoria de Cristo.

5. Tema 11 (Resúmenes de fe cristiana). Resurrección, Ascensión y Segunda venida de Jesucristo.

Una hora de adoración al Santísimo...




 


Maldito día de la madre.

 





Equipo USA de matemáticas, vence a China.

 




viernes, mayo 10, 2024

Papa Francisco; para ser feliz.

 





Eta perdió- Gonzalo araluce nieto de Juan Mari.

 


OPINIÓN

Cuando ETA mata, pero fracasa: nosotros sí sabemos quién fue nuestro abuelo Juanmari

ETA no acabó con la memoria de nuestro abuelo; la biografía 'Juan María Araluce', de Juan José Echevarría, rescata su figura política

Juan María Araluce, de niño, vestido de casero
Juan María Araluce, de niño, vestido de casero

El proyecto de ETA era la aniquilación, suprimir cualquier obstáculo que se le interpusiera en sus objetivos políticos. Una aniquilación que tenía el asesinato como máxima expresión, pero que iba aún más lejos: acabar con todo rastro de aquello que amenazase su existencia.

No lo consiguieron con nuestro abuelo. Nosotros sí sabemos quién fue nuestro abuelo Juanmari.

Esta semana se presentó en Pamplona Juan María Araluce, el defensor de los fueros asesinado por ETA, editado por Almuzara con el apoyo del Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo y en el que Juan José Echevarría, autor, se ha desfondado durante los últimos años. Mi compañero Grego Casanova publicó una reseña precisa en Vozpópuli.

José María Bastero, exrector magnífico de la Universidad de Navarra, y María Jiménez, vicedecana de la Facultad de Comunicación, arroparon al investigador en la presentación. La Universidad de Navarra tuvo que recurrir a un aula mayor. En la prevista inicialmente no cabían todos los asistentes.

Los nietos también estuvimos allí, recordando quién fue nuestro abuelo Juanmari.

Pero, ¿se puede hacer una semblanza personal de alguien a quien no conocimos? Mi abuelo fue asesinado el 4 de octubre de 1976 y su primera nieta, mi hermana Fátima, no nació hasta cuatro años después, en 1980.

No hay duda en la respuesta a esa pregunta. Nuestra existencia no sería la misma sin haberlo tenido tan cerca. No recuerdo un momento en mi vida en que mis padres me hayan sentado en una mesa y me hayan dicho: “Al abuelo lo mató ETA”. Sencillamente, siempre hemos sabido lo que ocurrió. Lo que ha cambiado es, con la madurez, el prisma con el que entendemos quién fue -es- el abuelo Juanmari.

Al principio lo veía como una víctima. Cómo es posible que un comando de ETA le esperase a las puertas de su casa, en la entonces avenida de España de San Sebastián, y abriese fuego contra su vehículo, matándoles a él, a su chófer y escoltas, José María Elícegui DíezAlfredo García GonzálezLuis Francisco Sanz Flores Antonio Palomo Pérez.

Que el crimen tuviera lugar a plena luz del día, cuando llegaba para comer. Mi padre, mis tíos y mi abuela escucharon los disparos desde casa. Al asomarse a la ventana vieron lo que había ocurrido.

Que apenas hubiera testigos que declarasen ante la Policía.

Y que en 1977, con la ley de amnistía, se dejase de perseguir a los asesinos.

Esa incomprensión llevó después a la admiración. Aquí sobran las razones. Mi abuelo Juanmari, presidente de la Diputación de Guipúzcoa, consejero del Reino, no cedió a las presiones. Algunos ecos de las mismas llegaban en ocasiones a casa: pintadas o llamadas amenazantes. Qué no soportaría él solo, sin
compartirlo con nadie, para no aumentar la preocupación familiar.

Llegaban en ocasiones a casa, pintadas o llamadas amenazantes. Qué no soportaría él solo, sin compartirlo con nadie, para no aumentar la preocupación familiar

Tenía sentido del humor. Aún hoy nos reímos cuando hablamos de aquella pistola que le dieron para su protección personal y que, al tratar de ajustársela en el pantalón, se le cayó hasta el suelo por la pernera. O del placaje que hizo en plena calle a un tipo de dudosas pintas que disimuladamente le seguía desde varias manzanas atrás. Resultó ser un agente al que le habían asignado su seguridad.

Con ese sentido del humor, mi abuelo trataba de restar importancia a las amenazas. Mi abuela Maite, su mujer, sufría unas migrañas que le hacían quedarse en cama, en silencio: un dolor tan indescriptible como recurrente que desaparecería después del asesinato. Jamás dijo que se debía a esa presión.

Y de ver a mi abuelo como víctima o con admiración, es fácil verle ahora con devoción. Cuando uno tiene hijos, pierde el miedo a la muerte en sí, aunque en ese mismo momento le consume un terror para el que nadie está preparado: dejar de existir de forma repentina y convertirse en un vacío irreemplazable para esa persona que apenas ha dado sus primeros pasos en el mundo. Mi abuelo tenía nueve hijos. El mayor de ellos rondaba los 25 años en octubre de 1976; los más pequeños apenas eran aún niños.

Si mi abuelo plantó cara a ese terror fue por mi abuela Maite, a sabiendas de que ella sería capaz de ocupar todo el espacio que él podría dejar.

Maite Letamendía y Juan María Araluce

Pocos días después del asesinato, Informe Semanal reconstruyó los últimos pasos de mi abuelo Juanmari. El reportaje de poco más de diez minutos detalla que aquel 4 de octubre dio una entrevista a un periodista en su despacho, se marchó a casa y dispararon contra él. Mis tíos lo llevaron al hospital, pero no sobrevivió a las heridas.

El vídeo de Informe Semanal también recoge declaraciones de mi padre, Gonzalo, y de mis tíos. “¿Qué pueden decir ustedes?”, les preguntan. “Que esto no vuelva a pasar”, responden. Era el año 76 y ETA aún mataría a casi 700 personas más.

Por último, el reportaje recoge una escena que bien podría ser la de un funeral. Mi abuela Maite aparece sentada en un sillón, con todos sus hijos a su alrededor. Pero algo chirría. Es la sonrisa de mi abuela. Y dice algo así como: “Estoy muy contenta, porque mi marido está en el Cielo y perdono de todo corazón a los que lo han hecho”.

Con esa frase, nacida de lo más profundo de su fe cristiana, nos regaló la libertad a sus 25 nietos. Libertad de crecer lejos del odio; libertad para, en nuestra propia madurez, descubrir la admiración y devoción que tenemos por nuestro abuelo Juanmari.

Un denominar común

Como periodista he entrevistado a decenas de personas que han sufrido en sus propias carnes los golpes de ETA. Todas tienen un denominador común: el atentado mortal no es el punto final de una historia de amenazas, sino el punto de partida de una historia que sólo se vive entre las cuatro paredes de una casa.

Los nietos, por supuesto, sabemos quién fue nuestro abuelo. Lo hemos aprendido en la libertad que nos regaló nuestra abuela, así como el significado de una generosidad que para muchos puede resultar incomprensible.

ETA fracasó en su intento de acabar con su memoria. Y ahora, Juan José Echevarría, autor de su biografía, abre con este libro una ventana para que todo el que quiera también sepa, como lo sabemos nosotros, quién fue Juan María Araluce.

Occidente contra sí mismo.

 





No quiero saber nada con Dios.

 





Los primeros pasos en la oración.




 


Santa Imelda.




 


LA NIÑA QUE MUERE DE AMOR POR JESÚS EUCARÍSTICO
En 1331, con sólo 8 años de edad, según la costumbre de la época, Imelda entró al convento. A los 10, recibió el hábito de monja dominicana. Aunque tenía tan poca edad, era una monja en todo ejemplar en las actividades de la vida religiosa. Sin embargo, algo la intrigaba: el hecho de que las personas recibieran la Sagrada Comunión y continúen viviendo.
Como Imelda no tenía edad para comulgar, solía preguntar a las religiosas: "Hermana, la señora comulgó a Jesús y no murió?". Las monjas respondían asustadas: "¿Qué es eso, niña, por qué morir?". La pequeña religiosa respondía: "¿Cómo puede la señora recibir a Jesús en comunión, y no morir de amor y de tanta felicidad?". Porque sucedió que en la madrugada del 12 de mayo de 1333, víspera del Domingo de la Ascensión del Señor, Imelda estaba en la Santa Misa y ya no aguantaba más de tanta voluntad de comulgar. Se preguntaba: "Si Jesús mandó ir a Él a los niños, ¿por qué no puedo comulgar?". El sacerdote ya acababa de dar la Sagrada Comunión a las religiosas cuando todos vieron: una hostia salió del cibio y voló por la capilla. Paró sobre la cabeza de Imelda. El sacerdote, entonces, entendió que era hora de comulgar.
Al recibir la Santísima Eucaristía, Imelda se colocó en profunda adoración. Después de horas de oración, la Madre Superiora fue a la monja y le dijo: "Está bien, Sor Imelda, ya adoró bastante a Jesús, podemos seguir ... Vamos a las otras actividades del convento". Imelda, sin embargo, permanecía inmóvil. Después de la insistencia de la Superiora, nada sucedía. Fue entonces que la Madre cogió amorosamente a Imelda por los brazos y ella cayó en sus brazos. Imelda había muerto en su Primera Comunión. Se cumplió la indagación de la pequeña gran Imelda: ¿Cómo puede alguien recibir a Jesús en la Sagrada Comunión, y no morir de felicidad? A los 11 años, Imelda murió de amor y de felicidad por haber recibido a Jesús!
El cuerpo de Santa Imelda Lambertini se encuentra incorrupto en la Capilla de San Sigismundo, en Bolonia, Italia. El Papa San Pío X la proclamó patrona de los niños que van a hacer la Primera Comunión.